domingo, 22 de noviembre de 2009

Cuatro años

De izquierda a derecha: Miguel Serrano Larraz, Miguel Ángel Ortiz Albero,
Nacho Tajahuerce, Carmen Ruiz Fleta y yo. Pintura de Brenda Ascoz.


BURNED CHILDREN OF OREGON
(Un relato de Miguel Serrano Larraz)

Decidimos irnos a cenar para celebrarlo. Nos pusimos todos muy contentos, menos el Ángel, que quería madrugar para llevar a su madre al médico. Lo convencimos con argumentos irrebatibles: nos moderaríamos, beberíamos agua mineral, volveríamos pronto a casa.

Además, el tiempo de la cena lo tenía que perder de cualquier forma.

Accedió a acompañarnos, un poco a regañadientes. Nos dirigimos hacia la Peña cantando, y subimos los escalones de dos en dos. En la Peña, aunque nosotros no lo sabíamos, habían preparado una fiesta. Pedimos vino para todos, nos quitamos los abrigos, brindamos. Después comenzaron las actuaciones. Miguel Ángel leyó un poema de Miguel, Miguel representó un collage de Miguel Ángel (haciendo a la vez el papel de Muerte y el de Mujer Hermosa), Vicente introdujo su nuevo número musical, Nacho lo filmó todo para poder demostrarlo, Pedro cerró las esferas y selló el pacto con el salto del tigre. Comimos sopa de langostino, espárragos rellenos de bogavante, jamón de York pasado por la sartén y un cubo de pastel de la casa. En algún momento nos pareció oportuno ir a ver a Manolo para que nos contara unos chistes, pero el Ángel se negó a acompañarnos. Tengo que levantarme pronto para presentar la declaración de la renta, dijo. Tuvimos que agarrarlo por los sobacos para que no huyera, y lo arrastramos a casa de Manolo, donde lo obligamos a beberse dos morteros. Cuando por fin logró desatarse, no hizo falta más violencia. Él mismo pidió la tercera ronda de morteros, la cuarta, la quinta. Qué felices éramos.

Se apagaron las luces y no quedaba más remedio que marcharse. Hicimos las deliberaciones y creímos que lo mejor era acercarnos a ver a Sergio y a Ana. El Ángel se resistió. Mañana tengo que arreglar un enchufe, dijo. Tengo que buscar trabajo. Tengo que hacer la colada. La última, le dijimos, sólo la última, y vino. En el camino jugamos a fútbol con una bolsa de plástico, Nachó se subió a un sofá. Sergio saltó de alegría al vernos entrar, Ana se había puesto el disfraz de china y los cubitos de hielo. Descorchamos el champán. Fue entonces cuando el Ángel se puso a insultar desde el balcón a la gente que pasaba por la calle, y todos reímos. Algunos transeúntes se indignaban, pero otros preguntaban si podían subir y se unían a la fiesta. Subieron dos arquitectos, un capitán de barco, un grupo de abogadas que celebraba la despedida de soltera de una de ellas. El Ángel los insultó a todos, rigurosamente. Poco después comenzó el incendio. Alguien ha dicho que hubo un único foco, en la pierna izquierda, pero yo sé que no es cierto, que ardió todo a la vez: las dos piernas, los brazos, el pecho, los dientes. El Ángel se iluminó en apenas unos segundos, con su copa de champán en la mano, detenido, y no gritaba. Las llamas alcanzaron el techo, rojas y azules, y nosotros lo vimos consumirse. Lo perdimos, pero fue hermoso verlo arder, todos a su alrededor, conteniendo la respiración mientras él se quemaba, se quemaba, se quemaba.

2 comentarios:

  1. Creo que ya va siendo hora de que hagamos una película... Se buscan candidatos para interpretar al Ángel ¡Viva el 22!

    Brenda

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