lunes, 26 de enero de 2015

Breve reflexión sobre los gatos que crecen en los árboles (Miroslav Holub)


BREVE REFLEXIÓN SOBRE LOS GATOS QUE CRECEN EN LOS ÁRBOLES
(UN POEMA DE MIROSLAV HOLUB)

Cuando aún existían importantes aglomeraciones de topos,
             y cuando los topos aún veían bien, sucedió  
             que a los topos les entraron ganas de saber lo que había arriba.
Y eligieron una comisión para averiguar lo que había arriba.

La comisión envió a un topo de ojo sagaz y pata veloz.  
              Éste, entonces, tras abandonar su humus materno,  
              avistó un árbol, y sobre él un pájaro.

Y se formuló la teoría de que arriba  
               crecían pájaros en los árboles. No obstante,  
               a algunos topos esto les pareció   
               demasiado sencillo. Y enviaron a otro  
               topo a averiguar si crecían pájaros en los árboles.

Para entonces ya se había hecho la tarde y en el árbol  
               maullaban los gatos. En los árboles crecen  
               gatos que maúllan, anunció el segundo topo.
Y surgió la teoría alternativa de los gatos.

Las dos teorías antagónicas le quitaban el sueño  
                a un miembro de la comisión, anciano y neurótico. Y trepó al exterior  
                a echar un vistazo con sus propios ojos.

Entonces, sin embargo, ya era de noche y estaba oscuro como la boca del lobo.
Ni lo uno, ni lo otro, anunció el venerable topo.  
                Los pájaros y los gatos son sólo ilusiones ópticas provocadas  
                por la doble refracción de la luz. En realidad arriba

hay lo mismo que abajo, sólo que la tierra es más rala y  
                las raíces superiores de los árboles susurran,  
                aunque más bien poco.

Y así se quedó la cosa.

Desde entonces los topos permanecen bajo tierra,  
                 no constituyen comisiones y  
                 no presuponen la existencia de gatos,

y cuando lo hacen, es más bien poco.


[Traducción: Patricia Gonzalo de Jesús]

lunes, 12 de enero de 2015

Poemas traducidos para la revista "Poesis International"


El poeta y traductor rumano Marin Malaicu-Hondrari ha vertido a su idioma cinco poemas míos para el nº 14 de la prestigiosa revista "Poesis internaţional". Desde aquí, las gracias.

Y, aquí, uno de los poemas:



El clavo en la pared

Ayer sostenía con puntual obsesión un cuadro,
acaso un retrato que el camión de la mudanza
se llevó hoy con los demás objetos de la casa.
En su lugar, sobre la pared oscura del salón,
sólo queda la exacta huella de un rectángulo
más claro: un territorio inmaculado, un estado
de beatitud que el clavo —insecto quieto
y solitario— se empeña aún en custodiar.
Ni el óxido, ni la humedad, ni otras manos:
nada podrá arrancarle de su puesto de trabajo,
hacerle abandonar la nueva misión encomendada.
De algún modo, desde lo más profundo de su alma mineral,
el clavo piensa, sospecha, acierta y da en su propio clavo:
ha conseguido el ascenso merecido y ahora el tiempo
le confía su mejor autorretrato, su gran obra maestra.
 






lunes, 5 de enero de 2015

Brisa que recorre el mundo




Nacho Tajahuerce Sanz
El rostro del mundo
Baile del Sol, Tenerife, 2014


BRISA QUE RECORRE EL MUNDO

Hay libros comprometidos por un mundo más justo y habitable y libros íntimamente ligados a la esencia misma del ser humano. Ambas clases de libros son necesarias en poesía. En El rostro del mundo (Baile del Sol, 2014), el último poemario de Nacho Tajahuerce, estas dos sensibilidades parecen convivir sin necesidad de solaparse ni de darse codazos: el libro del compromiso social no estorba ni predomina sobre el libro de la intimidad. Se suceden, se dan la mano, se complementan. En esto, el poeta parece conciliar dos grandes tendencias, en otro tiempo enfrentadas, de la poesía española: la de los autores adscritos al canon figurativo y la de aquellos otros ubicados en un territorio metafísico de confusa acotación. 

Y es que, por una parte, como Aristóteles, también Tajahuerce sostiene que el ser humano es un zóon politikon (es decir, un animal político) y, por tanto, toda expresión cultural no escaparía a esta idea de que cualquier actividad humana está ligada a una concepción política. Esto, sin duda, suscita una doble pregunta, que el propio autor parece poner sobre la palestra de una manera muy sutil en El rostro del mundo: ¿Qué cometido se le otorga a la poesía contemporánea en esta realidad globalizada que es el siglo XXI? Y en consecuencia, ¿qué papel podrá desempeñar el compromiso en un mundo que no parece capaz de proponer modelos políticos, socio-económicos e ideológicos como alternativas al neoliberalismo capitalista?

Que Nacho Tajahuerce sea un autor comprometido y conocedor de su responsabilidad civil y artística no está reñido con ser consciente de las limitaciones que la palabra padece para incidir de forma efectiva en la sociedad a la que uno pertenece: “las palabras han perdido todo su significado,/ como los amigos inservibles, / como los rayos de sol al atardecer”. Pero también sabe que la exigencia formal va en detrimento de una estética comunicable que supedita ese “arma cargada de futuro” a un lenguaje sencillo y a un tono coloquial. 

Aunque su voz poética no aspira a vivir en los pronombres ni a convertirse en altavoz de quienes padecen las injusticias sociales, el sujeto que está detrás del discurso acepta dirigirse a la segunda persona del singular para que el mensaje sea lo más directo posible, pero siempre dando cuenta de una realidad inestable de la que él también forma parte: “La solución/ disimula detrás de ti./ Lástima que no tengas ojos/ en la nuca”.

Dicho todo lo anterior, resulta obvio que Nacho Tajahuerce valora la poesía como un discurso útil y que esa utilidad se entiende desde unos términos de realismo y verosimilitud: según él, la poesía es necesaria sólo si guarda relación con la vida corriente de un mundo contemporáneo. Por eso, la utilidad de su poesía es más una utilidad ética que política.

En ocasiones, parece que el autor trata de eliminar las barreras entre lo público y lo privado, lo que a su vez implica diluir aquella falsa dicotomía entre “pureza” y compromiso. La evidencia de que toda poesía refleja el tiempo en que fue escrita pone de relieve la oposición artificial entre una estética incontaminada por el mundo y otra atenta a la pulsación cotidiana. 

Pese a que Nacho Tajahuerce es consciente de que el mundo no se puede reinaugurar, sigue confiando en el impulso transformador que supone todo acto creativo. Es la suya, en consecuencia, una poesía abiertamente realista y enraizada en la ética, una poesía desde y para la vida. 

Tajahuerce es una suerte de flâneur posmoderno, un personaje que transita por un mundo contemporáneo lleno de paradojas y sinsentidos: el ser humano como ente social pero que vive en soledad, que busca la cara esperanzadora del progreso pero encuentra la cruz amarga de la marginación. Ante este panorama desalentador, Tajahuerce emplea su mejor arma: la ironía, esa forma distinguida del humor que mejor sortea cualquier atisbo de patetismo. Nacho Tajahuerce sabe bien que el desenmascaramiento retórico es un proceso ineludible para conseguir el desenmascaramiento ideológico. Por ello, ataca, desde dentro del poema, los sistemas de representación del poder y asume que la transparencia de la lengua es la mejor estrategia combativa. 

Existe una dicotomía retórica en su poesía, como antes señalaba: una vía de corte realista que inaugura el libro y otra de ascendencia simbolista, presente en la segunda parte, donde se esgrime un patrón estético fundamentado en el adelgazamiento o en la práctica desaparición de la anécdota: “Somos la brisa que recorre el mundo”.

La desmitificación del arquetipo de poeta es una de las mejores bazas del autor para conseguir esa pátina de “normalidad” en el desarrollo de la actividad poética, como bien refleja este verso sentencioso: “Fermín Cacho fue el mejor poeta de finales del siglo XX”. Es decir, el poeta como un atleta de fondo que practica la soledad para muscular el pensamiento.

Resulta evidente que, para el autor, el compromiso ya no sirve de soporte para un yo heroico, sino que se traslada hacia el personaje común y, en ocasiones, incluso marginal: el hombre de la calle acomoda su máscara rutinaria al rostro del autor (que termina por ser el rostro del mundo), cronista objetivo de las desigualdades e injusticias actuales.

Nacho Tajahuerce, en resumen, concibe el poema como una herramienta susceptible de transformar la realidad que presenta. Esa utilidad resulta el elemento mediador entre la historia y las historias (es decir, entre la Historia con mayúsculas y la intrahistoria o acontecer cotidiano). Poesía como instrumento de protesta ante la pasividad y la injusticia sociales. Poesía como territorio donde atreverse con los conflictos colectivos o reivindicar las utopías comunitarias. Y también, dentro de esa posmodernidad en la que se inscribe El rostro del mundo, poesía como expresión del desengaño derivado de la incapacidad del lenguaje, el discurso o la mirada para dotar de coherencia al mundo. Pero también poesía, al fin y al cabo, como la mejor manera (y la más hermosa) para intentarlo.


Jesús Jiménez Domínguez
[Revista Clarín, nº 114, págs. 66-67]